Un espejismo llamado Mercal



27-6-2013/ 11:00am/. A eso de las 7,00 de la sabatina mañana del 22 de junio, me aproximo a la concurrida parada de buses enclavada en pleno cruce de las avenida Municipal y Stadium de Puerto La Cruz. El cielo está nublado. “Como que va a llover”, pienso.
            Se comienza a escuchar entonces un bullicio; no el de la circulación de vehículos, sino ese que es propio de los mercados y que, a medida que avanzo más, es matizado por una incesante música de contenido proselitista: la  canción  que, rodilla en tierra, como diría Winston Vallenilla,  hicieron Hany Kauam,  “El Potro” Alvarez y creo que Los Cadillac’s. para la pasada jornada electoral de Nicolás Maduro.
                        ¡Pusieron un Mercal frente al “Chico” Carrasquel; aproveche!, me señala un transeúnte ante mi obvia cara de curiosidad.  Mentalmente trató de comprender lo que significa “aprovechar” para este señor de rostro tan regordeto como la barriga que no logra ocultar la franela que lleva puesta. “Busco a mi mujer y me vengo a comprar aunque sea unos pollitos…”, añade casi a gritos mientras me alejo rumbo hacia el lugar de ventas para ver qué es lo que se consigue.
            Allí, en las afueras de la casa de Caribes de Anzoátegui, el bullicio ya resulta incesante; mientras hombres y mujeres, sudorosos  y hasta con niños en los brazos, hacen extensas colas ante una serie de toldos en los que no se daría play para  comprar sino a las 8:00 de la mañana.
            En las aceras se ven cartones en los que habrían amanecido, como para marcar territorio, varios grupos de personas.
            Una de estas es Felipa Marcano, tal como llamaron a una robusta morena de apariencia sesentona y que -confesaría ella misma- se aventura a amanecer en el lugar para estar entre los primeros en hacerse de productos básicos que el gobierno oferta a precios irreales: Aceite de alguna empresa expropiada, arroz de marcas “raras” e importado de países a los que por cierto van a parar una gran tajada de los ingresos petroleros de los venezolanos, una especie de mortadela que, según rumores, hay que llevar ajuro para poder comprar los artículos que interesan como el “codiciado” y hormonal pollo de Mercal.
“Yo me vine con el señor de un camión que nos cobra 40 bolívares por traernos y llevarnos a Tronconal III (sector de Barcelona ubicado como a 10 kilómetros de distancia). Empezamos a hacer la fila a las 4,00 de la ¨madrugᨠy ya teníamos a un gentío ¨alante¨ y eso que tienen pinta de escuálidos. Después hablan derrr gobierno, que si Maduro ganó con trampa, que si pa´ca, que si pa”´lla”, dice Felipa en alta voz.
 Ante estas palabras una joven madre, de aspecto casi anoréxico, se da por aludida y su reacción no se hace esperar: “Como venezolana puedo comprar donde se me antoje; hacer esta cola no es de mi agrado, pero es a lo que nos estamos viendo obligados quienes somos de escasos recursos y tenemos niños. Los ´acomodaos´, esos no vienen a comprar aquí. Hay que quitarse la venda, doñita¨”, increpa.
Felipa se pone de espaldas y de sus labios se escapa un irreverente “huuumjuuuu”.
Para entonces el reloj marca las 9:30 am y el tiempo apremia. Se escucha “Chávez eres tú, tú, tú”,  y la fila avanza bajo un sol que venció a la nubosidad y que ya pica en la piel. Llegan más grupos de gente mientras otros que ya salen de hacer su mercadito comentan: “No hay leche ni harina de maíz, menos azúcar ni atún,  y solo venden dos pollos por persona”.
 Por fin una de estas “afortunadas” es Felipa, quien aduce: “Bueno algo me ahorré”, sin sumar el pasaje en el camión, como tampoco lo que, para mitigar la sed, le gastó repetidas veces al vendedor de papelón con limón y ni hablar de las horas de desvelo y de estar de pie. En la mano derecha lleva impreso un sello con el que los organizadores de la venta se asegurarían de no dejarla comprar más en el operativo de ese día.
Ante este panorama, el calor y la espera, mi impaciencia se impone y opto, como muchas otras personas, por salirme de ese espejismo seudosocialista. “Tamaña revolución; sigan creyendo en el pajarito”, dice uno de los desertores de la cola; mientras que Felipa, quien -con dos bolsas a medio llenar- ya se acomoda en el puesto que tenía reservado en el camión. Desde allí nos grita a todo pulmón: “Escuálidos, majunches, reconozcan que ahora los pobres vivimos mejor”.
…Ahora, mi mente discierne sobre lo que para Felipa significara vivir mejor.  De regreso a la parada de buses, me pregunto: ¿será que en verdad los pueblos tienen los gobiernos que se merecen? ¿Será que han de pagar justos por un pecador conformismo y renunciar al derecho ciudadano, humano, social, de tener una óptima calidad de vida? Me niego a aceptar tal destino

No hay comentarios.:

Publicar un comentario